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viernes, noviembre 02, 2007

José Santamarta Energías Renovables

Energías Renovables

 

Las peores dificultades

nos ofrecen las mejores oportunidades  

 

José Santamarta

 

Introducción

Las energías renovables podrían solucionar muchos de los problemas ambientales, como el cambio climático, los residuos radiactivos, las lluvias ácidas, la pérdida de diversidad biológica y la contaminación atmosférica. Pero para ello hace falta voluntad política y dinero.

En 1996 el consumo mundial de energía superó los 9,800 millones de toneladas equivalentes de petróleo (Mtep): 2,200 Mtep de carbón (22.4%), 3,275 Mtep de petróleo (33.4%), 1,976 Mtep de gas natural (20.1%), 607 Mtep de nuclear (6.2%), 220 Mtep de hidroeléctrica (2.2%) y cerca de 1,500 Mtep de biomasa (15.8%), fundamentalmente leña, y pequeñas cantidades de geotermia, solar y eólica.

La producción, transformación y consumo final de tal cantidad de energía es la causa principal de la degradación ambiental. El consumo está muy desigualmente repartido, pues los países del norte, con el 25% de la población mundial, consumen el 66% de la energía, factor este último a tener en cuenta a la hora de repartir responsabilidades de la crisis ambiental causada por la energía.

La grave crisis ambiental, el agotamiento de los recursos y los desequilibrios entre el norte y el sur, son factores que obligan a acometer una nueva política energética. A corto plazo la prioridad es incrementar la eficiencia energética, pero ésta tiene límites económicos y termodinámicos, por lo que a más largo plazo sólo }el desarrollo de las energías renovables permitirá resolver los grandes retos del futuro, como son el efecto invernadero, los residuos nucleares y las desigualdades.

¿Qué son las energías renovables?

Bajo la denominación de energías renovables, alternativas o blandas, se engloban una serie de fuentes energéticas que a veces no son nuevas, como la leña o las centrales hidroeléctricas, ni renovables en sentido estricto (geotermia), y que no siempre se utilizan de forma blanda o descentralizada, y su impacto ambiental puede llegar a ser importante, como en los embalses para usos hidroeléctricos o los monocultivos para biocombustibles. Actualmente suministran el 18% del consumo mundial (4.3% en la Unión Europea), siendo su potencial enorme, aunque dificultades de todo orden han retrasado su desarrollo en el pasado.

Hoy en día se sabe que en un periodo que no excede los cincuenta años, los mejores recursos petrolíferos y de gas natural estarán casi totalmente agotados, encareciendo y agravando la crisis energética y ambiental. Con la excepción de la geotermia, las energías renovables derivan directa o indirectamente de la energía solar. Directamente en el caso de la luz y el calor producidos por la radiación solar, e indirectamente en el caso de las energías eólica, hidráulica, y biomasa.

Las energías renovables, a lo largo de la historia y hasta bien entrado el siglo diecinueve, han cubierto prácticamente la totalidad de las necesidades energéticas humanas. Sólo en los últimos cien años han sido superadas, primero por el empleo del carbón y, a partir de 1950, por el petróleo y en menor medida por el gas natural; la energía nuclear (434 centrales nucleares con una potencia instalada de 340 Gigavatios) cubre una parte insignificante del consumo mundial y, a pesar de algunas previsiones optimistas, su papel será siempre marginal.

Aún hoy, para más de dos mil millones de personas de los países del sur, la principal fuente energética es la leña, afectada por una auténtica crisis energética, a causa de la desforestación y del rápido crecimiento demográfico. La biomasa, y fundamentalmente la leña, suministra un 15% del consumo mundial, cifra que en los países del sur se eleva al 35% globalmente, aunque en Tanzania llega al 90% y en la India supera el 50%. En el país más rico, Estados Unidos, representa el 4% del consumo global, porcentaje superior al de la energía nuclear. 

El sol sale para todos

La energía solar absorbida por la Tierra en un año es equivalente a 20 veces la energía almacenada en todas las reservas de combustibles fósiles en el mundo y diez mil veces superior al consumo actual. El sol es la única fuente de materia orgánica  y de energía vital en la Tierra y, aunque a veces nos pasa desapercibido, estamos utilizando masivamente la energía solar en forma de alimentos, leña o energía hidroeléctrica. Los mismos combustibles fósiles, cuya quema está en el origen del deterioro ambiental, no son otra cosa que energía solar almacenada a lo largo de millones de años. La fotosíntesis es hoy el empleo más importante de la energía solar, y la única fuente de materia orgánica, es decir, de alimentos y biomasa. Aunque todas las fuentes energéticas, salvo la geotermia y la nuclear, proceden del sol, en la acepción actual el término solar tiene un significado restringido al empleo directo de la energía del sol, ya sea en forma de calor o de luz.

El sol sale para todos cada día y seguirá enviándonos asombrosas cantidades de calor y de energía, ajeno al aprovechamiento que podamos hacer de ella. Su mayor virtud es también su mayor defecto, al tratarse de una forma de energía difusa y poco concentrada. De ahí las dificultades que entraña el aprovechamiento directo de la radiación solar en una sociedad en la que el consumo de energía se concentra en unas pocas fábricas industriales y grandes metrópolis.

La distribución de la radiación solar registra grandes variaciones geográficas, pues va desde dos kwh por m2 y día en el norte de Europa a 8 kwh por m2 en el desierto del Sahara. Igualmente importantes son las variaciones diarias y estacionales de la radiación solar y sus dos componentes, la radiación directa y la difusa. La radiación directa es la recibida del sol cuando el cielo está despejado, y la difusa la que resulta de reflejarse en la atmósfera y las nubes. Algunos equipos utilizan ambas, y otros sólo la directa, como es el caso de las centrales de torre.

El aprovechamiento de la energía solar puede ser indirecto, a través del viento (eólica) y la evaporación del agua (hidráulica), entre otras formas, o directo, mediante la captación térmica activa o pasiva y merced a la captación fotónica. Ejemplos de esta última es la captación fotoquímica que realizan las plantas, el efecto fotoeléctrico, base de las actuales células fotovoltáicas.

Hidrógeno

La producción de hidrógeno por fotolisis es un proceso aún inmaduro tecnológicamente y cuya viabilidad es necesario demostrar, lo que requerirá enormes inversiones en investigación. Si algún día se llegara a producir hidrógeno comercialmente, a precios competitivos, y a partir de dos factores tan abundantes como son el agua y la energía solar, los problemas energéticos y ambientales quedarían resueltos, pues el hidrógeno, a diferencia de otros combustibles, no es contaminante. Otra forma de producir hidrógeno es por electrólisis, pero éste es un proceso que requiere grandes cantidades de electricidad, la cual puede obtenerse merced a las células fotovoltáicas, almacenando de esta forma la energía solar. En cualquier caso en las próximas décadas entraremos en una economía basada en el hidrógeno como combustible secundario; su combustión apenas contamina.

La energía primaria para su obtención será la solar u otras con características similares, como es el caso de la fusión (no la fisión) nuclear, aunque ésta puede plantear graves problemas ambientales, tecnológicos e incluso económicos, al igual que hoy sucede con la fisión del uranio. Los únicos impactos negativos se podrían dar en el caso hipotético de grandes centrales solares en el espacio, y en menor medida en las centrales de torre central, debido al empleo en éstas de sustancias potencialmente contaminantes, utilizadas para la acumulación y transmisión del calor. Otro posible efecto es el uso del territorio, debido a las grandes superficies requeridas, aunque un país como España podría resolver todas sus necesidades de electricidad con apenas 900 km2, el 0.2 % de su territorio.

 

Desde la antigua Grecia a hoy

El uso pasivo de la energía solar se inició en un pasado muy lejano. En la antigua Grecia, Sócrates señaló que la casa ideal debería ser fresca en verano y cálida en invierno, explicando que "en las casas orientadas al sur, el sol penetra por el pórtico en invierno, mientras que en verano el arco solar descrito se eleva sobre nuestras cabezas y por encima del tejado, de manera que hay sombra". En la época de los romanos, la garantía de los derechos al sol quedó incorporada en la ley romana, y así, el código de Justiniano, recogiendo códigos anteriores, señalaba que "si un objeto está colocado en manera de ocultar el sol a un heliocaminus, debe afirmarse que tal objeto crea sombra en un lugar donde la luz solar constituye una absoluta necesidad. Esto es así en violación del derecho del heliocaminus al sol". Arquímedes, 212 años antes de Cristo, según la leyenda, utilizó espejos incendiarios para destruir los barcos romanos que sitiaban Siracusa.   

Roger Bacon, en el siglo trece, propuso al papa Clemente iv el empleo de espejos solares en las cruzadas, pues "este espejo quemaría ferozmente cualquier cosa sobre la que se enfocara. Debemos pensar que el Anticristo utilizará estos espejos para incendiar ciudades, campos y armas". En 1839, el científico francés Edmund Becquerel descubre el efecto fotovoltaico y en 1954 la Bell Telephone desarrolla las primeras células fotovoltáicas, aplicadas posteriormente por la nasa a los satélites espaciales Vanguard y Skylab, entre otros.

La llamada arquitectura bioclimática, heredera del saber de la arquitectura popular, es la adaptación de la edificación al clima local, reduciendo considerablemente el gasto en calefacción y refrigeración, respecto a la actual edificación. Es posible conseguir, con un consumo mínimo, edificios confortables y con oscilaciones de temperatura muy pequeñas a lo largo del año, aunque en el exterior las variaciones climáticas sean muy acusadas. El diseño, la orientación, el espesor de los muros, el tamaño de las ventanas, los materiales de construcción empleados y el tipo de cristales, son algunos de los elementos de la arquitectura solar pasiva, heredera de la mejor tradición arquitectónica. Inversiones que rara vez superan el diez por ciento del costo de la edificación, permiten ahorros energéticos de hasta un 80% del consumo, amortizándose rápidamente el sobrecosto inicial.

El uso de la energía solar en la edificación, presupone la desaparición de una única tipología constructiva, utilizada hoy desde las latitudes frías del norte de Europa hasta el Ecuador. Si la vivienda no se construye adaptada al clima, calentarla o refrigerarla siempre será un grave problema que costará grandes cantidades de energía y dinero.

El colector solar

El colector solar plano, utilizado desde principios de siglo para calentar el agua hasta temperaturas de 80 grados centígrados, es la aplicación más común de la energía térmica del sol. Países como Japón, Israel, Chipre o Grecia han instalado varios millones de unidades, si bien el momento actual de bajos precios del petróleo no es precisamente el más favorable. En muchos países producir agua caliente con colectores solares hoy sale más caro que hacerlo con productos derivados del petróleo, debido, probablemente, a que los colectores solares se hacen de forma artesanal y en pequeñas series, lo que sin duda encarece los costos.

Los elementos básicos de un colector solar plano son la cubierta transparente de vidrio y una placa absorbente, por la que circula el agua u otro fluido caloportador. Otros componentes del sistema son el aislamiento, la caja protectora y un depósito acumulador. Cada metro cuadrado de colector puede producir anualmente una cantidad de energía equivalente a cien kilogramos de petróleo. Las aplicaciones más extendidas son la generación de agua caliente para hogares, piscinas, hospitales, hoteles y procesos industriales, y la calefacción, empleos en los que se requiere calor a bajas temperaturas y que pueden llegar a representar más de una décima parte del consumo.

A diferencia de las tecnologías convencionales para calentar el agua, las inversiones iniciales son elevadas y requieren un periodo de amortización comprendido entre cinco y siete años, si bien, como es fácil deducir, el combustible es gratuito y los gastos de mantenimiento son bajos.

Más sofisticados que los colectores planos son los colectores de vacío y los colectores de concentración, más caros pero capaces de lograr temperaturas más elevadas, lo que permite cubrir amplios segmentos de la demanda industrial e incluso producir electricidad. Los colectores solares de concentración lineal son espejos cilindro parabólicos, que disponen de un conducto en la línea focal por el que circula el fluido caloportador, capaz de alcanzar los 400 grados centígrados. Con tales temperaturas se puede producir electricidad y calor para procesos industriales. En Estados Unidos operan más de cien mil metros cuadrados de concentradores lineales, y la empresa Luz International, lleva ya instaladas en California seis centrales para producir electricidad, con una potencia de 354 mw eléctricos  (1 mw=1000 kw), y unos rendimientos satisfactorios. El costo del kwh asciende a 15 centavos de dólar, todavía superior al convencional, pero interesante en numerosas zonas alejadas de la red de distribución que tengan buena insolación. Las perspectivas son halagüeñas, a pesar de algunos fracasos, como probó la quiebra de luz en 1991 y su posterior venta.

Los colectores puntuales son espejos parabólicos en cuyo foco se dispone un receptor, en el que se produce el calentamiento del fluido de transferencia, posteriormente enviado a una turbina centralizada, o se instala directamente un motor. Más discutibles son las llamadas centrales solares de torre central consistentes en numerosos espejos de gran superficie (helióstatos) que, gracias a la orientación constante, concentran la radiación solar en un receptor de vapor situado en lo alto de una torre. Los resultados obtenidos hasta ahora en las centrales de Almería (España), Solar One en Dagett (Estados Unidos), ces en Crimea y Themis en Francia, entre otras, no son muy alentadores. El desarrollo de heliostatos de bajo costo, utilizando nuevos materiales como el poliéster, la fibra de vidrio o las membranas tensionadas de fibra de grafito y receptores más fiables y eficientes, puede abrir nuevas posibilidades al empleo de la energía solar para la obtención de electricidad.   

Los precios actuales de los colectores solares planos duplican a los de otras fuentes competitivas. Claro que estos costos no toman en consideración los problemas ambientales, la dependencia energética y la necesidad de ir sustituyendo paulatinamente los combustibles fósiles por energías renovables.

Células solares

La producción de electricidad a partir de células fotovoltaicas en 1997 es aún cinco veces más cara que la obtenida en centrales de carbón, pero hace tan sólo una década era dieciocho veces más. En 1960 el costo de instalar un solo vatio de células fotovoltáicas, excluyendo las baterías, transformadores y otros equipos auxiliares, ascendía a dos mil dólares; en 1975 era ya sólo 30 dólares y en 1997 es de cuatro dólares. Si en 1975 el kwh costaba alrededor de diez dólares, el precio actual está entre 24 y 60 centavos de dólar, lo que permite que el empleo de células fotovoltaicas para producir electricidad en lugares alejados de las redes de distribución ya compita con las alternativas existentes, como generadores eléctricos a partir del petróleo.

Hoy, en Estados Unidos la producción de un kwh cuesta de cuatro a ocho centavos de dólar en una central de carbón, de cinco a diez en una de petróleo y de veinticinco a treinta centavos utilizando células fotovoltaicas. En los próximos años se espera reducir el costo del kwh a diez centavos de dólar para antes del año 2002 y a cuatro centavos para el 2030. Claro que en los costos anteriores no se incluyen los resultados del deterioro causado al ambiente por las distintas maneras de producir la electricidad.

El efecto fotovoltaico, descubierto por Becquerel en 1839, consiste en la generación de una fuerza electromotriz en un dispositivo semiconductor, debido a la absorción de la radiación luminosa. Las células fotovoltáicas convierten la energía luminosa del sol en energía eléctrica, con un único inconveniente: el costo económico todavía muy elevado para la producción centralizada. Sin embargo, las células fotovoltáicas son ya competitivas en todos aquellos lugares alejados de la red y con una demanda reducida, como aldeas y viviendas sin electrificar, repetidores de televisión, balizas, agricultura, faros y, últimamente, calculadoras y otros bienes de consumo. A lo largo de toda la década el mercado fotovoltáico creció a ritmos anuales superiores al 40%; entre 1971 y 1995 se han instalado en el mundo 600 megavatios de células fotovoltaicas.

Actualmente la mayoría de las células fotovoltáicas son de silicio monocristalino de gran pureza, material obtenido a partir de la arena, muy abundante en la naturaleza. La purificación del silicio es un proceso muy costoso, debido a la dependencia del mercado de componentes electrónicos, que requiere una pureza (silicio de grado electrónico) superior a la requerida por las células fotovoltaicas. La obtención de silicio de grado solar, directamente del silicio metalúrgico, cuya pureza es del 98%, abarataría considerablemente los costos, al igual que la producción de células a partir del silicio amorfo u otros procedimientos, hoy en avanzado estado de investigación y cuyos resultados pueden ser decisivos en la próxima década. El apoyo institucional, abriendo nuevos mercados, puede acortar el tiempo necesario para la plena competitividad de las células fotovoltáicas.

La superficie ocupada no plantea problemas. Por ejemplo, en el área mediterránea se podrían producir 90 millones de kwh anuales por kilómetro cuadrado de superficie cubierta de células fotovoltáicas, y antes del año 2000, con los rendimientos previstos, se alcanzarán los 150 millones de kwh por km2. Por lo que se refiere al almacenamiento, la producción de hidrógeno por electrólisis y su posterior empleo para producir electricidad u otros usos, puede ser una óptima solución.   

Ríos de energía

La energía hidroeléctrica se genera haciendo pasar una corriente de agua a través de una turbina. La electricidad generada por una caída de agua depende de la cantidad y de la velocidad del agua que pasa a través de la turbina, cuya eficiencia puede llegar al 90%.

El aprovechamiento eléctrico del agua no produce un consumo físico de ésta, pero puede entrar en contradicción con otros usos agrícolas o de abastecimiento urbano y, sobre todo, las grandes centrales tienen un gran impacto ambiental. Las centrales hidroeléctricas en sí mismas no son contaminantes; sin embargo, su construcción produce numerosas alteraciones del territorio y de la fauna y flora: dificulta la migración de peces, la navegación fluvial y el transporte de elementos nutritivos aguas abajo, provoca una disminución del caudal del río, modifica el nivel de las capas freáticas, la composición del agua embalsada y el microclima, y origina la sumersión de tierras cultivables y el desplazamiento forzado de los habitantes de las zonas anegadas. En la mayoría de los casos es la forma más barata de producir electricidad, aunque los costos ambientales no han sido seriamente considerados.

El potencial eléctrico aún sin aprovechar es enorme. Apenas se utiliza el 17% del potencial mundial, con una gran disparidad según los países. Europa ya utiliza el 60% de su potencial técnicamente aprovechable. Al contrario, los países del tercer mundo solamente utilizan del 8% de su potencial hidráulico. Las minicentrales hidroelécticas causan menos daños que los grandes proyectos, y podrían proporcionar electricidad a amplias zonas que carecen de ella.

Energía eólica

La energía eólica es una variante de la energía solar, pues se deriva del calentamiento diferencial de la atmósfera y de las irregularidades de relieve de la superficie terrestre. Sólo una pequeña fracción de la energía solar recibida por la Tierra se convierte en energía cinética del viento y sin embargo ésta alcanza cifras enormes, superiores en varias veces a todas las necesidades actuales de electricidad.

La potencia que se puede obtener con un generador eólico es proporcional al cubo de la velocidad del viento. Al duplicarse la velocidad del viento la potencia se multiplica por ocho, de ahí que la velocidad media del viento sea un factor determinante a la hora de analizar la posible viabilidad de un sistema eólico. La energía eólica es un recurso muy variable, tanto en el tiempo como en el lugar, pudiendo cambiar mucho en distancias muy reducidas. En general, las zonas costeras y las cumbres de las montañas son las más favorables y mejor dotadas para el aprovechamiento del viento con fines energéticos.

La conversión de la energía del viento en electricidad se hace por medio de aerogeneradores, con tamaños que abarcan desde algunos vatios hasta los 4 mil kilovatios (4mw). Los aerogeneradores se han desarrollado intensamente desde la crisis del petróleo en 1973, habiéndose construido desde entonces más de 100 mil máquinas. Actualmente la capacidad instalada asciende a 6 mil mw, equivalente a seis grandes centrales nucleares. Otros países, además de Estados Unidos, han investigado y desarrollado intensamente la energía eólica en los últimos años, destacando Dinamarca, Holanda, Alemania, Italia, India y España.

En 1997 ya es competitiva la producción de electricidad con generadores eólicos de tamaño medio (de 600 kw) y en lugares donde la velocidad media del viento supera los siete metros por segundo. Se espera que dentro de unos pocos años también las máquinas grandes (entre 1 y 2 mw) lleguen a ser rentables. La energía eólica no contamina y su impacto ambiental es muy pequeño comparado con otras fuentes energéticas. De ahí la necesidad de acelerar su implantación en todas las localizaciones favorables, aunque procurando reducir las posibles repercusiones negativas, especialmente en las aves, en algunas localizaciones.

El carbón y, posteriormente, la electricidad dieron al traste con el aprovechamiento del viento hasta la crisis energética de 1973, año en que suben vertiginosamente los precios del petróleo y se inicia el renacimiento de una fuente cuya aportación en las próximas décadas, puede llegar a cubrir una décima parte de las necesidades de electricidad sin cambios en la gestión de la red de distribución. Los costos de la eólica son ya casi competitivos con los de las energías convencionales: mil dólares el kw instalado y entre 7 y 8 centavos el kwh en España, Dinamarca o Estados Unidos.

Para el año 2030 la ewea ha propuesto instalar un total de 100 mil mw en la Unión Europea. Cada kwh eólico permitiría ahorrar un kilogramo de co2, entre otras sustancias contaminantes. Como recordaba la ewea una turbina eólica, con un peso de 50 toneladas, nos ahorrará tener que quemar mil toneladas anuales de carbón, y más de 20 mil toneladas a lo largo de la vida útil del generador eólico.

Energía geotérmica

El gradiente térmico resultante de las altas temperaturas del centro de la Tierra (superiores a los mil grados centígrados), genera una corriente de calor hacia la superficie, que es la fuente de la energía geotérmica. El valor promedio del gradiente térmico es de 25 grados centígrados por cada kilómetro, siendo superior en algunas zonas sísmicas o volcánicas. Los flujos y gradientes térmicos anómalos alcanzan valores máximos en zonas que representan cerca de la décima parte de las tierras emergidas: costa del Pacífico en América, desde Alaska hasta Chile, occidente del Pacífico, desde Nueva Zelanda a Japón, el este de África y alrededor del Mediterráneo. El potencial geotérmico almacenado en los diez kilómetros exteriores de la corteza terrestre supera en 2 mil veces a las reservas mundiales de carbón.

La explotación comercial de la geotermia, al margen de los tradicionales usos termales, comenzó a finales del siglo diecinueve en Lardarello, Italia, con la producción de electricidad. Hoy son ya 17 los países que generan electricidad a partir de la geotermia, con una capacidad instalada de 6 mil mw, equivalente a seis centrales nucleares de tamaño grande. Estados Unidos, Filipinas, México, Italia y Japón, en este orden, son los países con mayor producción geotérmica.

Actualmente, una profundidad de perforación de 3 mil metros constituye el máximo económicamente viable. Otra de las limitaciones de la geotermia es que las aplicaciones de ésta, electricidad o calor para calefacciones e invernaderos, deben encontrarse en las proximidades del yacimiento en explotación. La geotermia puede llegar a causar algún deterioro al ambiente, aunque la reinyección del agua empleada en la generación de electricidad minimiza los posibles riesgos. Los países con mayores recursos, en orden de importancia, son China, Estados Unidos, Canadá, Indonesia, Perú y México.

Biomasa

La utilización de la biomasa es tan antigua como el descubrimiento y el empleo del fuego para calentarse y preparar alimentos, utilizando la leña. Aún hoy, la biomasa es la principal fuente de energía para usos domésticos empleada por más de 2,500 millones de personas en el tercer mundo.

Los empleos actuales son la combustión directa de la leña y los residuos agrícolas, la producción de carbón vegetal y la producción de alcohol como combustible para los automóviles en Brasil. Los recursos potenciales son ingentes, superando los 120 mil millones de toneladas anuales, recursos que en sus dos terceras partes corresponden a la producción de los bosques.

¿Es la biomasa una energía alternativa? A lo largo y ancho del planeta el consumo de leña está ocasionando una desforestación galopante. En el caso del Brasil se ha criticado el empleo de gran cantidad de tierras fértiles para producir alcohol que sustituya a la gasolina en los automóviles, cuando la mitad de la población de aquel país está subalimentada. Por otra parte, la combustión de la biomasa es contaminante. En el caso de la incineración de basuras, tal y como se viene haciendo con los residuos urbanos en la mayoría de las ciudades europeas y estadounidenses, la combustión emite a la atmósfera contaminantes, algunos de ellos cancerígenos, como las dioxinas. También es muy discutible el uso de tierras fértiles para producir energía en vez de alimentos, tal y como se está haciendo en Brasil, o el empleo de leña sin proceder a reforestar las superficies taladas.

El reciclaje y la reutilización de los residuos permitirá mejorar el medio ambiente, ahorrando importantes cantidades de energía y de materias primas, a la vez que se trata de suprimir la generación de residuos tóxicos y de reducir los envases. La incineración no es deseable, y probablemente tampoco la producción de biocombustibles, dadas sus repercusiones sobre la diversidad biológica, los suelos y el ciclo hidrológico.

 

Bibliografía

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Acerca del autor

José Santamarta Flores es licenciado en Filosofía y Letras, y en Ciencias Económicas y empresariales, en la Universidad Complutense de Madrid.

Autor o coautor de estudio  del sector energético en la provincia de Madrid, Modelo energético de tránsito, El consumo de energía en España, Inventario de los recursos de Navarra. Plan de gestión energética, Energía y vivienda en España, Balances energéticos regionales, El sector energético en España y Estructura energética de los entes autónomos.

Ha realizado varios estudios energéticos regionales como Coyuntura de los sectores de la actividad económica de Madrid, La actividad económica madrileña, La influencia de la crisis económica sobre el territorio, Análisis sectorial de los empleos energéticos y del comercio exterior, Posibilidades de las energías renovables, Bases para una política regional de suelo industrial, El sector energético en la comunidad de Madrid, Análisis estructural de los sectores del metal, automoción y reparación de automóviles, Balances energéticos de las comunidades autónomas; Adaptación del modelo medee de previsión de la demanda de energía, Ayudas del estado a los sectores energéticos en España, Italia y Portugal, Energías renovables. Ha hecho trabajos en relación con el estudio Proyecto Mure II, apoyado por la ce; y Alternativas energéticas al cambio climático, efectos sobre el empleo.

Se ha desempeñado  como consultor en temas ambientales para la Unión Europea y el Banco Mundial de 1994 a 1996. Es director de la revista Gaia, especializada en temas ambientales, desde 1993, y también es director de la edición en español de la revista World Watch, especializada en temas de medio ambiente y desarrollo, desde 1996.

Aunque José ha residido siempre en España, tiene una especial sensibilidad para la correcta comprensión de los problemas latinoamericanos. Es, además de todo un intelectual, un aguerrido activista, muy generoso en todos los planos.

 

Qué podemos hacer

Cuando construyas tu vivienda utiliza ecotecnologías que ahorran energía.

Haz un reglamento en tu hogar y oficina, para que todos lo acaten y no despilfarren la electricidad, el agua, el gas, etcétera.  Recompénsalos cuando ahorren energéticos.

Apaga los focos, radio, televisión, tocadiscos, etcétera,  siempre que salgas de una habitación.

Empieza  poco a poco a cambiar los focos de tu hogar y oficina por aquellos que consumen menos energía y alumbran igual.

Si vives en un clima muy frío o caliente,  si utilizas aire acondicionado tapa todas las ranuras para que el aire no escape.

No utilices el aire acondicionado o la calefacción, a menos de que en verdad sea necesario.

Durante los días muy calientes cierra las cortinas, durante los días muy fríos corre las cortinas y permite el paso del sol.

Remoja tu ropa antes de lavarla, evitarás usar agua caliente y el consiguiente uso de gas o electricidad.

Para cocinar utiliza ollas y sartenes tan pequeños como puedas, tápalos de preferencia.

La olla de presión ahora mucho gas, si tienes una  ¡úsala!

Descongela los alimentos con tiempo suficiente en el refrigerador, ¿sabes? ésto proporciona frío al mismo y ahorras energía.

No abras y cierres el refrigerador a cada momento, piensa antes de abrirlo que vas a sacar.

Reemplaza los productos que sean eléctricos por manuales como los abridores de latas, cepillos de dientes, sacapuntas, cuchillos, etcétera.

Cuando laves la ropa, tiéndela de forma que requiera menor uso de la plancha. 

Escribe a todas las Universidades mexicanas que  puedas para pedirles que se abran  más proyectos de investigación  y prácticas sobre energías alternativas y renovables.

Escribe al Congreso de la Unión y pídeles que se hagan leyes para el ahorro de energía.

Si ahorras agua, también ahorras energía. ¿Sabes lo que cuesta bombear el agua hasta la ciudad de México?

Suscríbete a la revista del Fide, Fideicomiso de ahorro de energía eléctrica, ¡entérate!

Para saber más

Santamarta, J. Las energías renovables en España. una opción de futuro. Greenpeace. Salvat. Madrid, España. 1991.

Balam, M. S, Sanchez  y Kreiner.Energía solar interesante alternativa. Teorema. México, df. 1996

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Con quién y a dónde acudir

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Washington, dc 20036

Tel. 001 (202) 452 19 99

Safe energy communication council

1717 Massachusetts Ave. nw

LL215, Washington, dc 20036

Tel. (202) 483 84 91

Asociación americana de hidrógeno. Combustibles alternativos.

Web:         http://solstice.crest.org/online/aseguide/

Energía del hidrógeno

Web:        http://www-unix.oitumass.edu/ mellis/ hydrogen/hydrogen.html

Energía del viento

Web:             http://www.sln.og/tfi/wind/windguide.html

Energía nuclear

Web:              http://nuke.handheld.com/       http://www.nrc.gov.

Energía renovable

            Web:             http://www.nrel.gov/

Usenet:       alt.energy.renewable

Energía solar

Web:        http://www-lips.ece.utexas.edu/ delayman/solar.html

http://www.netins.net/showcase/solarcatalog

Usenet:            alt.solar.photovoltaic

alt.solar.thermal

Estadísticas mundiales sobre energía

Web:        http://www.energyinfo.co.uk/wstats.html

Gas natural

Web:       http://solstice.crest.org/renewable/eerg/natgas_index.html

http://www.cng.com/html/ngv.htm

Hidroelectricidad

Web:       http://starfire.en.uiuc.edu/ne201/webproject/buntic

Hogares con energía eficiente

Web:       http://www.nimo.com/HEEG/

http://www.wpl.com/ps/bihome.html

Usenet:            alt.hvac

sci.engr.heat-vent-ac

Información educativa sobre la energía.

Web:       http://www.energy.ca.gov/energy/education

             

Para la discusión y el análisis

·      Los países del hemisferio norte, consumen el 66% de la energía, lo que significa que tienen una cuota mayor de responsabilidad en la crisis mundial ambiental;  en México la clase media y alta aque es aproximadamente el 25% de la población, consumen también el 66% de la energía producida en nuestro país.  ¿Qué opinas de estas inequidades?

 

·      ¿Por qué crees que en México no se han diversificado las fuentes de energía?

 

·      Existen muchos poblados rurales que aún no tienen electricidad convencional. ¿Por qué no se les proporciona electricidad con energías alternativas?

 

·      ¿Por qué el gobierno no realiza una campaña permanente, enérgica y masiva  sobre el ahorro de energía?

 

·      ¿Cuál es el energético que más contamina?

 

·      ¿Qué opinas de la Planta Nuclear de Laguna Verde?

 

·      ¿Qué opinas de que muchos edificios públicos permanecen con los focos encendidos toda la noche?

 

·      Sabías que la principal aportación a las emisiones domésticas de dióxido de carbono proviene del uso de electrodomésticos, el segundo es la calefacción y el tercero es el agua caliente sanitaria y por cocinar.  ¿Estarías dispuesto a realizar un plan en tu hogar para ser más eficiente y reducir tu consumo?

 

·      Investiga cuál es actualmente  la intensidad energética en México. Decide por ti mismo si nuestro país tiene una política eficiente de energéticos.

 

·      Lee el ensayo sobre cambio climático, ahí encontrarás más información.

Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
www.Consultajuridicachile.blogspot.com
www.lobbyingchile.blogspot.com
www.el-observatorio-politico.blogspot.com
Renato Sánchez 3586
teléfono: 5839786
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Santiago-Chile
 
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Cambio climático: ¿la hora de la verdad?
por José Santamarta

Artículo publicado en la revista World Watch nº28





Tras cerca de 20 años de interminables negociaciones internacionales, 4 informes del IPCC, el tortuoso desarrollo del Protocolo de Kioto, la oposición de las presidencias estadounidenses de Bush padre e hijo, la verbosidad de los gobiernos instalados en la inacción y los signos inquietantes del cambio climático, todo parece indicar que nos acercamos al momento de la verdad.





El cambio climático se debe a las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera ocasionadas por el empleo de combustibles fósiles y la deforestación, donde no hay fronteras nacionales. Hoy las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono son las mayores de los últimos 650.000 años. Las actividades humanas (de unos más que de otros) han cambiado la composición química de la atmósfera. Durante decenas de miles de años las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono nunca superaron las 300 partes por millón, pero en 2007 llegamos a 382 partes por millón y a 430 equivalentes, si incluimos el efecto de otros gases de invernadero. Cuando se superen las 550 partes por millón, el cambio climático puede adquirir proporciones catastróficas, un límite que muchos científicos sitúan en las 450 partes por millón. Subsisten, por supuesto, muchas incertidumbres, pero el más elemental principio de precaución nos dice que sabemos lo suficiente para actuar, reduciendo las emisiones y adaptándonos a lo inevitable. Nos quedan menos de 20 años para invertir la tendencia y reformar el modelo energético.

Frenar e invertir tal tendencia implica aumentar la eficiencia, desarrollar las energías renovables, promover el transporte público, descarbonizar paulatinamente nuestro sistema energético y frenar la deforestación, creando nuevas actividades, empresas y empleos. Habrá sectores que ganen, pero también algunos sectores y empresas perderán. El coste será de poco más del 0,1% del PIB mundial, pero sin embargo el coste de la inacción puede llegar al 20% del PIB mundial.

El cambio climático, a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero, tras el cuarto informe del IPCC, es una realidad aceptada por toda la comunidad científica, e incluso por los responsables políticos, al menos sobre el papel. Cierto que aún quedan algunos “disidentes”, siempre a sueldo de las empresas que se verán perjudicadas por las medidas que habrá que adoptar, pero la resistencia es cada vez menor y hoy no pasa de anécdotas, al menos frontalmente. La verdadera resistencia probablemente provenga de quienes quieren perpetuar el sistema actual y un modelo ambiental y socialmente insostenible, promoviendo la energía nuclear, las arenas alquitranadas, la oriemulsión, los hidratos de metano y otros hidrocarburos no convencionales, los llamados biocombustibles (que deberían denominarse agrocombustibles) y la captación y almacenamiento de dióxido de carbono, que permitirían continuar con un empleo creciente y amplificado de carbón, petróleo, gas natural y otros combustibles fósiles no convencionales. Es decir, seguir aumentando el consumo de energía y perpetuar un modelo de transporte basado en el automóvil privado, con pequeños cambios que no tocan la raíz de la insostenibilidad y de la inequidad social.

Pero este aparente consenso sobre la gravedad del cambio climático y la necesidad de actuar no siempre ha sido así, y volverá a suceder una y otra vez en el futuro. Cada vez que ha surgido la preocupación sobre algún problema ambiental, las multinacionales responsables y sus representantes políticos conservadores, jaleados por numerosos medios de comunicación, se han lanzado a una campaña de intoxicación. En 1962 el libro de Rachel Carson Primavera silenciosa dio el primer aviso de que ciertos productos químicos artificiales se habían difundido por todo el planeta, contaminando prácticamente a todos los seres vivos hasta en las tierras vírgenes más remotas. Aquel libro, que marcó un hito y contribuyó a alumbrar el movimiento ecologista, presentó pruebas del impacto que dichas sustancias sintéticas tenían sobre las aves y demás fauna silvestre, además de los seres humanos. La respuesta de la industria fue inmediata, y la multinacional Monsanto lanzó un folleto titulado Cállese, señora Carson. Aún hoy, las medidas adoptadas para poner coto a la industria química son radicalmente insuficientes, incluso en Europa (el Reach, con todas sus insuficiencias, es la clara manifestación del poder de presión de las multinacionales), aunque ya todos los países han prohibido el DDT y otros plaguicidas organoclorados, pero lo que se hace es siempre tarde, poco y mal.

La industria del tabaco durante décadas negó la relación con el cáncer, y se opuso a la adopción del Principio de Precaución, o cualquier medida encaminada a reducir el pernicioso hábito, que tantos beneficios les ha proporcionado, a costa de nuestra salud. Situación parecida se dio o se da con la industria nuclear, el amianto, el PVC, los cultivos transgénicos, la sobreexplotación pesquera, los monocultivos forestales, o el urbanismo disperso y depredador del territorio.

En 1975 se relaciona la destrucción de la capa de ozono con los CFC, y la reacción de la industria química y los gobiernos, sobre todo la administración Reagan en EE UU, es la usual: primero se niega el problema, luego se ridiculiza o se minimiza, y sólo se acaban aceptando las medidas necesarias cuando el problema es acuciante y más que evidente, el daño ya es considerable y la presión vence cualquier resistencia. Las mismas empresas multinacionales que crean el problema, primero se resisten y sólo ceden cuando otean nuevos negocios, sustituyendo los productos que han creado por otros, en teoría menos dañinos, como los sustitutos de los CFC.

Con el cambio climático el problema es infinitamente mayor que con los CFC, el DDT o los transgénicos, porque afecta al núcleo del sistema económico, a la energía que mueve toda la actividad económica y que ocasiona las emisiones que contribuyen al cambio climático, un consumo energético que en un 80% procede de combustibles fósiles, cuya comercialización controlan unas pocas multinacionales y que permiten que Estados Unidos, con el 4,7% de la población mundial, emita el 25% del CO2, el principal gas de efecto invernadero.



El negacionismo se bate en retirada



Estados Unidos, sus multinacionales, sus grupos de presión y su clase política no están dispuestos, por ahora, a adoptar medidas adecuadas a su responsabilidad histórica en las emisiones que están ocasionando el cambio climático, lo que crea un grave problema, no sólo ambiental, sino también ético y de responsabilidad hacia quienes más sufrirán el cambio climático: los pobres de la Tierra y las generaciones futuras. Un amplio conglomerado bien lubricado de “científicos”, comunicadores y empresas de relaciones públicas se encarga de realizar una permanente labor de intoxicación de la ciudadanía, para proteger los intereses de las empresas responsables de la degradación ambiental, y en torno al “negacionismo” se ha creado toda una próspera industria de relaciones públicas y cabildeo (“lobby”).

En España se sumó tímidamente al negacionismo el líder de la oposición, el señor Rajoy, poniendo en aprietos a su primo, y jaleado por Esperanza Aguirre, Ana Botella y Telemadrid, pero a los pocos días tuvieron que rectificar e incluso propusieron una Ley de Cambio Climático en el programa electoral aprobado pocas semanas después. Hoy el negacionismo se reduce a unos pocos medios de prensa de la ultraderecha y a algún comunicador estrambótico y bien remunerado estilo Toharia. Puro folklore.

La preocupación sobre el calentamiento global debido a las emisiones humanas de dióxido de carbono y otros gases de invernadero, como el metano y el óxido nitroso, se remonta a 1896, año en que el científico sueco Svante Arrhenius lo formuló por primera vez. Cuando Arrhenius publica su primer cálculo sobre el calentamiento global debido a las emisiones de CO2, el nivel de CO2 en la atmósfera ascendía a 290 partes por millón (ppm). La ciencia sobre el cambio climático avanzó lentamente a lo largo del siglo XX, y en 1988, año en que la Conferencia de Toronto pide una reducción del 20% de las emisiones para 2005 respecto a los niveles de 1988, era ya muy evidente la gravedad del problema. Los hitos posteriores los conocemos: en 1992 se aprueba en Río el Convenio Marco sobre el Cambio Climático, y en 1997 el Protocolo de Kioto. Pero hasta el momento los traslados en avión de los miles de delegados, funcionarios y periodistas de un punto a otro del planeta no han justificado las emisiones y el coste de tanto viaje en la era de las videoconferencias e Internet.

¿Quién y porqué se oponen? Se oponen las multinacionales del petróleo y del automóvil, las empresas del carbón y Australia (el mayor exportador de carbón), algunos países de la OPEP como Arabia Saudí y, sobre todo, Estados Unidos, primero con Bush padre y sobre todo con Bush hijo, aunque la presidencia de Clinton (y su vicepresidente Al Gore, el de hacer lo que yo digo, no lo que yo hago) tampoco fue muy activa que digamos, logró reducir los objetivos de reducción de emisiones de los países industrializados del Protocolo de Kioto, impuso el mercado de emisiones heredero de los implantados por la EPA para el dióxido de azufre en EE UU, aunque al menos no mantuvo la retórica ultrareaccionaria de los republicanos. El núcleo que financió las campañas de intoxicación fue la llamada Global Climate Coalition, además de otros institutos ligados al núcleo duro de multinacionales como Exxon, y con estrechas relaciones con la política estadounidense, y muy especialmente el Partido Republicano.

Pero dentro de unos meses probablemente habrá una nueva presidenta, y tras el huracán Katrina y los signos cada vez más inquietantes, Estados Unidos deberá empezar a actuar, por la presión de su ciudadanía. En Australia la victoria de los laboristas, que promueven la ratificación del Protocolo de Kioto, muestra el aislamiento de Estados Unidos. También asistimos al desarrollo de las energías renovables y otras tecnologías, y al surgimiento de un sector empresarial que tiene mucho que ganar con políticas más activas para descarbonizar el sistema energético.



Para hacer una tortilla hay que romper algún huevo



La clase política no quiere afrontar la impopularidad de no actuar frente al cambio climático, con la excepción de Bush en sus ya últimos meses de la peor presidencia desde la independencia de EE UU, pero prefiere instalarse en la palabrería, para ocultar la inacción. Porque lo cierto es que las políticas reales no reflejan los discursos oficiales. Al Gore es el modelo, con su política real en toda la negociación que llevó al Protocolo de Kioto cuando realmente podía hacer algo más que dar conferencias, que es de lo que viven los expresidentes y exvicepresidentes, o con sus viajes en jet privado, hasta para visitas turísticas, mientras predica a otros que reduzcan sus emisiones. Para predicar hay que dar ejemplo, y eso es algo más que plantar unos arbolitos para intentar compensar unas emisiones injustificables.

Cuando los gobernantes introduzcan una nueva fiscalidad sobre los combustibles fósiles, o subasten los derechos de emisión en vez de otorgarlos gratuitamente, ganarán en credibilidad. Mientras, mejor juzgarles por lo que hacen, y no por lo que dicen, utilizando indicadores objetivos, como la evolución de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero. Actuar para frenar el cambio climático tiene su coste, un coste político y social, y también electoral (ahí duele) pues implica encarecer la gasolina, el gasóleo, el keroseno (y los billetes aéreos), el gas natural y las tarifas eléctricas, internalizando sus externalidades. Igualmente supone reducir drásticamente el consumo de carbón. ¿Pero qué político está dispuesto a afrontar el coste de medidas probablemente muy impopulares, o explicarlas adecuadamente y buscar el consenso para aplicarlas? ¿Qué tendrá que pasar para que pasen a la acción? ¿Cuántas alarmas tienen que sonar, cuántos Katrina?

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas ya dio todas las alarmas, con toda la precaución y el consenso necesario de más de un centenar de países, y sus predicciones dejan pocas dudas. La subida de temperatura se situará a finales de este siglo entre 1,8 y 4 grados, aunque podría llegar a ser de hasta 6,4 grados. Durante los últimos 100 años, la Tierra se ha calentado en un promedio de 0,74ºC. El calentamiento de la última mitad del siglo es inusual por lo menos en comparación con los últimos 1.300 años. Para las próximas dos décadas se espera que la tasa de calentamiento sea de 0,2ºC por década. Once de los últimos doce años (1995-2006) están entre los doce más cálidos desde que existen registros de la superficie terrestre (desde 1850). La temperatura ha subido más en el hemisferio norte, más en invierno que en verano, más de noche que de día y especialmente en el Ártico, que se calienta a una velocidad que dobla la del resto del planeta.

El mar aumenta de volumen por la expansión térmica, su nivel ha subido 3,1 milímetros al año desde 1993 y subirá entre 18 y 59 centímetros a lo largo de este siglo. El hielo ártico en verano se ha reducido un 10% cada década desde que en 1978 comenzaron los registros por satélite. Los glaciares de los Alpes, Pirineos, África, Himalaya y Suramérica se reducen por momentos, amenazando el suministro de agua, por no hablar de los elitistas deportes de invierno. Los glaciares de los Alpes han perdido ya un tercio de su superficie y la mitad de su volumen, y las famosas nieves del Kilimanjaro, al ritmo actual, desaparecerán en 2025. La posible contribución del deshielo de Groenlandia podría ser de varios metros, y en la Península Antártica se han perdido 20.000 kilómetros cuadrados de hielo.

Las plantas florecen antes, las aves no necesitan emigrar en invierno a latitudes más cálidas, cada año las nieves tardan más en llegar, cubren menos superficie y se funden antes, aumentan las olas de calor, en muchas zonas aumentan las precipitaciones mientras en otras, como el Sahel, Australia y la zona mediterránea sucede lo contrario y las sequías se acentúan, los corales se blanquean y mueren a causa del aumento de las temperaturas, y por doquier se suceden los signos de que algo sucede, y el 90% de los cambios observados en más de 29.000 series de datos de todo el mundo de 75 estudios son consistentes con el cambio climático. El 30% de las especies podrían extinguirse, aumentarán las sequías y las inundaciones, y las consecuencias podrían ser severas en la agricultura, el turismo, la salud, la industria de seguros y en el litoral, donde se concentran muchas de las mayores ciudades.

El Cuarto Informe de Evaluación (AR4, en sus siglas en inglés) consta de tres bloques más el Informe de Síntesis. La Parte I es la contribución del Grupo de Trabajo I, se refiere a las bases científicas del cambio climático y fue aprobada en febrero de 2007 en París. La Parte II, contribución del Grupo de Trabajo II, trata de los impactos y la adaptación, y se aprobó en abril de 2007 en Bruselas. La Parte III, del Grupo de Trabajo III, sobre la mitigación, se aprobó en mayo en Bangkok. El Informe de Síntesis, aprobado en Valencia en noviembre, se presentó en la Conferencia de las Partes nº 13, que se celebró en Bali del 3 al 17 de diciembre de 2007.

Desde que entró en vigor el Convenio Marco sobre Cambio Climático (CMCC), el IPCC es la institución científica y técnica que colabora y apoya a los Órganos Subsidiarios del Convenio. El IPCC desarrolla sus actividades a través de sus Grupos de Trabajo, que están dedicados cada uno de ellos a tratar diferentes aspectos del cambio climático. El Grupo de Trabajo I se encarga de los aspectos científicos, el Grupo de Trabajo II analiza la vulnerabilidad de los sistemas naturales y sociales ante el cambio climático y sus posibles estrategias de adaptación, y el Grupo de Trabajo III aborda la mitigación del cambio climático, como las opciones de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, hay un grupo dedicado a los Inventarios de Gases de Efecto Invernadero. Desde su creación, el IPCC ha preparado cuatro grandes informes de evaluación.



El efecto invernadero



La Tierra recibe radiación solar de onda corta, una parte de la cual es reflejada y otra alcanza la superficie, donde se convierte en calor (radiación de onda larga), que calienta la superficie y evapora el agua, manteniendo el ciclo hidrológico. La radiación de onda larga escapa a la atmósfera, donde una parte es absorbida por los gases de efecto invernadero, que la reemiten a la Tierra. Sin el efecto invernadero, la vida sería imposible tal y como la conocemos, pues la temperatura media sería de 18ºC bajo cero, en lugar de los 15ºC. Pero demasiado de algo bueno acaba por ser malo.

El aumento de la concentración de los gases de efecto invernadero aumenta la temperatura y provoca cambios en el clima. Las concentraciones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero en la atmósfera tras el vapor de agua, han aumentado desde 280 partes por millón hacia 1750, al inicio de la revolución industrial, a 382 partes por millón en 2007. El dióxido de carbono aporta un 53% del forzamiento radiativo desde la Revolución Industrial, y su vida atmosférica media, en función del complejo ciclo del carbono, puede ir de 5 a 200 años, es decir, que parte del CO2 que emitimos cuando se genera electricidad con carbón o el automóvil consume gasolina, seguirá en la atmósfera hasta 2 siglos, atrapando y reenviando la radiación solar de onda larga y contribuyendo al cambio climático.

El segundo gas en importancia es el metano (CH4), que representa el 17% del forzamiento radiativo, y cuyas concentraciones han aumentado de 730 ppb (partes por millardo o mil millones) hacia 1750 a 1.852 ppb en la actualidad, aunque su vida media es de sólo 12 años. Las emisiones se deben a la fermentación entérica del ganado, la gestión del estiércol, los vertederos, las emisiones de la minería del carbón, el petróleo y el gas natural, las aguas residuales y los cultivos de arroz. Una molécula de metano equivale a 23 de CO2.

El tercer gas en importancia es el óxido nitroso (N2O), que aporta el 5% del forzamiento radiativo, y cuyas concentraciones han aumentado de 270 ppb (partes por millardo o mil millones) hacia 1750 a 319 ppb en la actualidad, cuya vida media es de 114 años. Las emisiones se deben a los fertilizantes aplicados a los suelos agrícolas, al sector energético, la industria química, el estiércol y las aguas residuales. Una molécula de óxido nitroso equivale a 296 de CO2.

Otros gases de invernadero son los CFC que destruyen la capa de ozono (ya prohibidos en los países industrializados), sus sustitutos como los carburos hidrofluorados (HFC), los carburos perfluorados (PFC), el hexafluoruro de azufre (SF6), y un contaminante como el ozono troposférico. Las emisiones de gases invernadero deberían reducirse en el 2050 entre un 50% y un 80% con relación a 1990 para que la temperatura no suba más de 2,4 grados y evitar así que se agrave el cambio climático, según el IPCC.

A los factores anteriores hay que añadir los cambios en el albedo, y sobre todo el efecto de los aerosoles, muchos de ellos contaminantes, pero de vida corta, y que provocan el efecto contrario a los gases de invernadero, enmascarando el calentamiento, por lo que la reducción de ciertos contaminantes puede agravar el calentamiento. Igualmente debemos citar el importante papel del vapor del agua, las estelas de los aviones y el llamado oscurecimiento global o reducción de la cantidad de luz solar que alcanza la superficie terrestre, a causa de la emisión de partículas como el negro de carbón (o carbonilla), emitido por centrales térmicas, industrias y vehículos. La reducción ha sido del orden de un 4%, pero se ha frenado durante la pasada década. El oscurecimiento global crea un efecto de enfriamiento que ha podido llevar a subestimar los efectos de los gases de efecto invernadero, enmascarando parcialmente el calentamiento global. Igualmente destacable son las múltiples realimentaciones en una u otra dirección, como los cambios en el albedo por la reducción de las nevadas, el aumento de la cantidad de vapor de agua o la emisión del metano contenido en el permafrost, la capa de hielo permanentemente congelada en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías como la tundra.

La circulación atmosférica y las corrientes oceánicas distribuyen el calor, y podrían verse alteradas por el cambio climático. En un futuro aún más preocupante es lo que pueda suceder con la cinta transportadora oceánica, o circulación termohalina, el flujo de agua que transporta calor desde el Pacífico y el Índico hasta el Atlántico, donde sigue recibiendo calor en las latitudes tropicales, para acabar hundiéndose en el Atlántico Norte, retornando en niveles más profundos. Algunas corrientes oceánicas se deben a los vientos y a las mareas, pero otras se deben a las diferencias de temperaturas y a las concentraciones de sal. El cambio de las temperaturas y de la salinidad, por la fusión de los glaciares, podrían frenar o incluso eliminar esas corrientes tal y como las conocemos, algo todavía improbable en este siglo, pero que si llega a producirse tendría graves implicaciones sobre el clima, el ciclo del carbono (las aguas frías al hundirse arrastran grandes cantidades de dióxido de carbono), los nutrientes y la pesca. Las temperaturas de Europa, a igual latitud, son de 5ºC a 7ºC más cálidas que las mismas latitudes en el Pacífico.



Causas del cambio climático



Las causas son las emisiones de gases de invernadero ocasionadas por la extracción, producción, transformación, transporte y consumo de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), el transporte que emplea productos petrolíferos, la deforestación, la agricultura y la ganadería, y determinadas actividades industriales, como la fabricación de cemento.

Tras las emisiones, subyace un problema de equidad social y generacional. Los pobres apenas emiten, pero serán los que más sufran el cambio climático, al igual que las generaciones futuras, que no participan del consumo, pero padecerán las consecuencias, tanto de las emisiones como del agotamiento de recursos. En poco más de un siglo hemos consumido una parte considerable de los combustibles fósiles que la naturaleza tardó millones de años en formar, como hemos destruido los bosques, con la consiguiente pérdida irreversible de miles de especies y la funcionalidad de ecosistemas enteros.

La revolución industrial y el motor de combustión interna mejoraron hasta cotas insospechadas el bienestar material y la movilidad de una parte de la población (de unos más que de otros), pero a costa de alterar la composición química de la atmósfera y de iniciar un cambio en el clima, que sólo se podrá frenar con una profunda revolución en la forma de producir y consumir la energía que mueve la máquina económica.

La sostenibilidad es el único futuro posible, pero para enderezar el rumbo y frenar las emisiones habrá que sustituir sin prisa, pero sin pausa, los combustibles fósiles por energías renovables, a la vez que se mejora la eficiencia energética y, lo más difícil, las pautas de consumo de una parte de la población acostumbrada al despilfarro.

La sostenibilidad es también una ecuación con tres variables: población, consumo por habitante y tecnología. La trampa es hacer sólo hincapié en las tecnologías milagrosas que permitirán mantener y aumentar los insostenibles consumos de los privilegiados, la verdad incómoda de Al Gore y tantos otros, ese factor que se obvia porque los privilegiados no quieren renunciar a viviendas cada vez más grandes, automóviles cada más potentes y vacaciones en las cuatro esquinas del mundo. Consejos dan, que para sí no los tienen. Tampoco se puede obviar la necesidad de acelerar la transición demográfica hacia la estabilización de la población, lo que requiere ineludiblemente repartir de forma más equitativa los recursos y las emisiones.

Las emisiones y el cambio climático son responsabilidad histórica del 15% de la población mundial, de esa parte de la población que en gran parte habita en Estados Unidos, Europa, Japón y Australia, y de las élites de los países del sur. Las emisiones de China e India crecen rápidamente, pero su responsabilidad histórica es mínima, porque hay que relacionar las emisiones con la población, y tener en cuenta las emisiones históricas del último siglo.

Entre 1950 y 2000 Estados Unidos emitió el 27% (con una población que sólo representa el 4,6% del total mundial), Canadá el 2%, Europa Occidental el 24%, la antigua Unión Soviética el 15%, Japón el 5% y Australia y Nueva Zelanda el 1%. Latinoamérica sólo emitió el 4% y África el 2,5%. El resto del mundo, incluidas China e India, emitieron algo menos del 20%. Las emisiones históricas son el factor básico a la hora de repartir responsabilidades y asumir obligaciones, como en parte se tuvo en cuenta en el llamado mandato de Berlín y en el Protocolo de Kioto, al establecer sólo obligaciones de reducción de emisiones en los países industrializados. Cualquier acuerdo potskioto deberá considerar las emisiones históricas, aunque Estados Unidos pretende dejarlas de lado, como quedó reflejado en una resolución del Senado donde literalmente se dice que no harán nada mientras los países pobres no asuman igualmente obligaciones de reducción de emisiones, se supone que en porcentajes parecidos. La disculpa es evitar la fuga de industrias y empleos a los países que, como China, no tienen obligación de reducir sus emisiones en una primera etapa, una especie de dumping del carbono, aunque Estados Unidos emite por habitante seis veces más que China, 10 veces más que Brasil y 20 veces más que India.

El análisis regional es clave, pero cualquier estrategia de reducción debe analizar los sectores que las ocasionan. La producción de electricidad causa el 25%, el transporte por carretera el 12%, la industria el 10%, la agricultura y ganadería el 13%, la deforestación el 18%, los residuos el 4%, los procesos industriales distintos de la combustión como la fabricación de cemento el 3%, el transporte aéreo el 2%, las emisiones fugitivas el 4% y el resto corresponde al consumo doméstico y terciario de energía.

Es relativamente fácil reducir las emisiones de la generación de electricidad (sustituyendo centrales térmicas de carbón por centrales de ciclo combinado de gas natural que emiten la tercera parte por kWh producido, o aún mejor, parques eólicos que no emiten nada), pero es mucho más difícil actuar sobre el transporte. Lo único sensato es reducir la demanda, promover la ciudad densa y con mezcla de actividades, y el cambio modal (desplazamientos en transporte público o ferrocarril en lugar de automóviles o aviones). Ciertas alternativas, como los biocombustibles de primera y segunda generación (agrocombustibles realmente) crean muchos más problemas de los que resuelven, y el hidrógeno tardará mucho antes de que pueda producirse a costes razonables y a partir de las energías renovables. Claro que los biocombustibles permiten mantener un modelo insostenible de transporte en base al automóvil privado, y por eso se promueven, aunque sea a costa de poner en riesgo la seguridad alimentaria, esquilmar los ecosistemas, destruir la biodiversidad y ocupar las tierras necesarias para producir alimentos o destinarlas a otros usos no menos esenciales.

El transporte aéreo en términos porcentuales apenas llega al 2%, pero sus emisiones han crecido un 205% entre 1975 y 2003, y el crecimiento se acelerará en los próximos años, debido en buena parte a las compañías de bajo coste y al abaratamiento de las tarifas, que no reflejan el coste ambiental de sus emisiones de dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y las estelas que dejan, además del ruido y el enorme impacto de los aeropuertos sobre las poblaciones vecinas. De hecho, el keroseno de los vuelos internacionales está exento de impuestos. Las medidas voluntarias de “donar” pequeñas cantidades para plantar árboles que compensen las emisiones sirven de poco, excepto para tranquilizar la mala conciencia de algunos, y lo único razonable es penalizar fiscalmente los desplazamientos en avión y renunciar a todos los trayectos no necesarios en la era de Internet y las videoconferencias.



Consecuencias del cambio climático



En el pasado los cambios del clima se debieron a los ciclos del sol, a los cambios en la órbita de la Tierra o a erupciones volcánicas, factores que siguen presentes, pero por primera vez en la historia de la Tierra las actividades humanas (consumo de combustibles fósiles y deforestación, nuevos productos químicos que destruyen la capa de ozono como los CFC o que son potentes gases de efecto invernadero) son capaces de alterar el clima y de variar la composición química de la atmósfera.

Los signos del cambio climático apenas se han hecho notar, debido al efecto de enfriamiento de otros contaminantes como los aerosoles, pero ya asistimos a los primeros signos, como las olas de calor, la desaparición de numerosos glaciares de montaña y la subida del nivel del mar.

Los ecosistemas, al igual que la agricultura y múltiples actividades, están adaptados a unas determinadas condiciones, fruto de una larga adaptación evolutiva. La subida de las temperaturas, el aumento del nivel mar, la alteración del régimen de lluvias, de humedad y de vientos, en un plazo de tiempo relativamente corto, tendrá graves implicaciones, que apenas estamos empezando a entender. Para intentarlo, los modelos climáticos cada vez son más sofisticados y reconstruyen con mayor precisión lo que pueda suceder, a partir del análisis de los climas del pasado.

En general, lloverá más, pero dónde, es otra cuestión: en ciertas zonas lloverá mucho más y en otras mucho menos. La región mediterránea, incluida España, muy probablemente sufrirá aún mayores sequías, sobre todo en verano. Pero con toda seguridad aumentarán las temperaturas y es probable que se agraven las olas de calor, tan perjudiciales para la salud, como la que afectó a Europa en el verano de 2003. Es probable, aunque hay menos certidumbres, que aumenten los ciclones y huracanes. Las poblaciones pobres, que no tienen ninguna responsabilidad en las emisiones, serán las más afectadas. Bangladesh, donde los ciclones han matado a medio millón de personas desde 1970, y el Sahel, con sus lacerantes hambrunas y una pobreza extrema, son los paradigmas de esta nueva realidad.

El último informe del Grupo Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) vaticina que hay una gran probabilidad de que el calentamiento provoque que hacia 2020 entre 75 y 250 millones de africanos sufran escasez de agua y, en varios países, las cosechas se reducirán un 50%, agravando la crisis alimentaria. En 2080, las tierras áridas y semiáridas en África aumentarán entre un 5 y un 8%.

En Asia en 2050 se reducirá la disponibilidad de agua dulce, especialmente en las cuencas de los grandes ríos. Las pobladas regiones de los deltas de los ríos en el sur, este y sureste asiático, peligrarán por la subida del nivel del mar. Aumentarán las enfermedades asociadas con las inundaciones.

Australia y Nueva Zelanda sufrirán una pérdida significativa de biodiversidad en la Gran Barrera de Coral. Los problemas hídricos empeorarán en el sur y este de Australia y en Nueva Zelanda, afectando a la producción agrícola, ganadera y forestal. Los incendios forestales aumentarán de virulencia, al igual que las sequías cíclicas.

En Europa el cambio climático acentuará las diferencias regionales en el acceso a los recursos naturales. Aumentará el riesgo de inundaciones en numerosas zonas y crecerá la erosión y la desertificación en el sur de Europa. Igualmente retrocederán los glaciares de los Alpes y los Pirineos. El sur de Europa (España, Italia y Grecia) será la zona más afectada, a causa del aumento de las temperaturas y la sequía, la disminución de los recursos hídricos y los incendios forestales, reduciendo la producción hidráulica y la producción agrícola, afectando negativamente al turismo. Las olas de calor estivales afectarán a la salud de la población más desfavorecida, sobre todo los ancianos y los enfermos crónicos.

En Suramérica hacia mediados de siglo se producirá una gradual sustitución del bosque tropical húmedo por sabanas en la Amazonia oriental, con una gran pérdida de biodiversidad e importantes alteraciones en el ciclo hidrológico del que depende el importante sector agrícola y ganadero. La desaparición de los glaciares andinos afectará al suministro de agua y a la producción hidráulica.

En Norteamérica el calentamiento de las montañas Rocosas provocará inundaciones en invierno y descenso del caudal de los ríos en verano. En las primeras décadas del siglo, un moderado calentamiento será positivo para la agricultura, con aumentos de las cosechas del 5 al 20%, pero con importantes variaciones regionales. Las olas de calor empeorarán los problemas sanitarios, al igual que en el sur de Europa.

Las regiones polares serán de las más afectadas, a causa de la reducción del espesor del hielo, el aumento del nivel del mar y cambios en los ecosistemas, con graves efectos en las aves migratorias, mamíferos y grandes depredadores, y en las poblaciones indígenas que dependen de la pesca y la caza. Los pequeños estados isleños sufrirán el aumento del nivel del mar, la escasez de agua, las inundaciones y los fenómenos meteorológicos extremos.

El cambio climático acelerará la pérdida de biodiversidad en todo el mundo. Pequeñas variaciones en las temperaturas y en las precipitaciones pueden alterar complejos ecosistemas, sustentados sobre la interdependencia de miles de especies. La subida del nivel del mar afectará a manglares, arrecifes de coral, estuarios y sistemas dunares costeros.

Para afrontar el cambio climático se necesitaría una migración sin precedentes de plantas y animales, tanto en altitud como en latitud, una migración hoy imposibilitada por carreteras, campos de cultivo y todo tipo de barreras. La creación de corredores biológicos que conecten los ecosistemas, es una de las medidas de adaptación más apremiantes. Muchas especies podrán emigrar, pero otras muchas, como las situadas en las cumbres de las montañas o en las zonas árticas, no podrán hacerlo. La destrucción o la alteración de ecosistemas tendrán efectos realimentadores, al liberar el carbono acumulado en el suelo o en la vegetación, o el metano del permafrost de la tundra. La pérdida de especies a su vez reducirá las opciones de adaptación a nuevas situaciones. Igualmente proliferarán la invasión de especies alóctonas y oportunistas, así como las plagas. De hecho, el invierno y las bajas temperaturas son el mejor plaguicida y la forma óptima de mantener a raya a multitud de insectos y roedores, que ahora sobrevivirán en mayor número y extenderán su rango de acción a nuevas zonas.

El cambio climático supone una gran amenaza para el abastecimiento del agua, al cambiar el régimen de precipitaciones, acentuar los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones, al aumentar la evapotranspiración y fundir los glaciares y las nieves que regulan los caudales de los ríos en épocas estivales. Una pequeña reducción de las precipitaciones, junto con el aumento de las temperaturas y la necesidad de mayor dotación hídrica de los regadíos, por el aumento de la evapotranspiración, reduciría de manera drástica la escorrentía y el caudal de los ríos. Los países más afectados serán los más pobres y localizados en las regiones secas.

Los efectos en la agricultura son complejos, y de hecho ésta siempre se ha adaptado a las demandas o a las circunstancias cambiantes. En algunos casos supondrá un aumento de la producción, al permitir cultivar zonas hoy muy frías de Rusia y Canadá, prolongar la época de crecimiento y reducirse las heladas, además del efecto fertilizador en algunas especies de plantas del aumento de las concentraciones de dióxido de carbono. Pero en otras zonas los efectos pueden ser graves, por el estrés térmico, la falta de agua, la erosión al abundar los fenómenos extremos y la extensión de plagas y enfermedades, que sobrevivirán a los fríos del invierno. Los peores efectos se darán en algunas zonas tropicales y subtropicales, donde vive la mayor parte de la población del Tercer Mundo.

El cambio climático puede afectar negativamente a la salud de la población, tanto por las olas de calor, como por ciertas enfermedades, que verán ampliado su radio de acción. El régimen de precipitaciones, la humedad y la temperatura, tienen una influencia determinante en la distribución de los agentes patógenos y transmisores que extienden ciertas enfermedades.

La subida prevista del nivel del mar puede afectar a millones de personas: cerca de cien millones viven a menos de un metro sobre el nivel del mar, y el 40% de la población mundial vive a menos de 100 km de la costa, en el área de influencia de temporales costeros, como la gota fría que afecta muchos años a las regiones mediterráneas, o el huracán Katrina que inundó Nueva Orleáns. La intrusión salina afectará a los ya sobreexplotados acuíferos costeros, reduciendo el abastecimiento de agua. También habrá que realizar enormes inversiones para mantener los puertos y otras costosas infraestructuras. Por cada centímetro que aumente el nivel del mar, desaparecerá un metro de playa, afectando de esta manera a una de las principales atracciones turísticas en países como España o Grecia. Muchas de las mayores ciudades del mundo están en la costa, ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Buenos Aires, Río de Janeiro, Barcelona, Valencia, Venecia, Londres, Lisboa, Lagos, Mumbai, Tokio o Shangai.



Cambiar de políticas para evitar el cambio climático



Los desafíos de mitigar (reducir las emisiones) y adaptarse al cambio climático no tienen precedentes en la historia, y no podrá hacerse sin la cooperación y el acuerdo de la mayoría de los países, al ser la atmósfera un recurso común a donde van a parar las emisiones, cualquiera que sea el lugar en donde se hayan producido, afectando a todos.

Ya se ha transitado un buen trecho, desde la Conferencia de Toronto en 1988, el Convenio Marco de Cambio Climático en 1992 en Río, el Protocolo de Kioto de 1997 y las negociaciones actuales, pero queda un camino aún más largo, hasta lograr reducir las emisiones actuales de un 60% a un 80%, que es lo necesario para evitar las repercusiones más graves del posible cambio climático.

Las diversas administraciones deben establecer planes claros para reducir las emisiones, incluyendo instrumentos fiscales (impuestos sobre las energías no renovables, incentivos a las renovables y a la eficiencia), supresión de las subvenciones a los combustibles fósiles y los presupuestos para llevarlos a cabo. Entre otras medidas se deben reducir los incendios forestales y la emisión de gases de invernadero, como el metano y el óxido nitroso, así como la producción y consumo de cemento, una de las principales fuentes de emisión de CO2, agravada por la construcción de autovías, carreteras y otras infraestructuras.

Una política de repoblaciones forestales con especies autóctonas de árboles y arbustos, en las zonas adecuadas, retiraría de la atmósfera grandes cantidades de CO2, frenaría la erosión, las inundaciones y las sequías, dado el efecto esponja de los bosques. Pero los bosques y los mares, aún actuando como sumideros, son incapaces de retirar la cantidad actual de CO2 emitida anualmente.

La reducción del consumo de carne, del empleo de fertilizantes, de las fugas de metano en la minería de carbón y en la red de gasoductos, o de la cantidad de residuos, es fácil de realizar. La fabricación de nailon y la de ácido nítrico son responsables de parte de las emisiones antropogénicas de óxido nitroso. La eliminación de los HFC no plantea ningún problema, pues hay alternativas viables y baratas, como el butano y propano (tecnología greenfreeze).

Los residuos generan importantes emisiones de metano. La reducción de la producción de residuos, el reciclaje, la prohibición de la incineración, el aprovechamiento de la materia orgánica para producir compost y el aprovechamiento del metano en los vertederos, son algunas de las medidas de una política de residuos adaptada al cambio climático.

El aumento de la eficiencia en los nuevos vehículos, y algunos programas para emplear gas natural y biocombustibles, sólo reducirán en un pequeño porcentaje el aumento previsto de las emisiones en el transporte. La reducción de los consumos unitarios de los vehículos, actuando sobre ellos o sobre la forma de utilizarlos, es necesaria pero insuficiente. Tanto o más importante es la reorientación hacia los modos más eficientes, como el ferrocarril, el transporte público y los modos no motorizados, y las actuaciones encaminadas a la gestión de la demanda y la moderación de la movilidad.

La política municipal debe ir encaminada a reducir la demanda, promoviendo la ciudad mediterránea densa, compacta y con mezcla de actividades, con barrios donde viviendas, trabajo y servicios estén próximos en el espacio, aminorando la segregación espacial y social de las ciudades, y limitando el crecimiento de las grandes áreas metropolitanas. El planeamiento urbanístico y territorial debe ir encaminado a promover la mezcla de actividades, y no la segregación, y a posibilitar la movilidad en transporte público, evitando los crecimientos urbanos y turísticos que consumen gran cantidad de espacio. El ferrocarril debería elevar su participación, pero para ello se requiere una clara voluntad política, materializada en las inversiones necesarias para mejorar el conjunto de la red, la seguridad, la gestión y los servicios, elevando las tarifas en una proporción inferior al del Índice de Precios al Consumo. Una política decidida, clara y bien estructurada, para reducir la necesidad de desplazarse, que no su posibilidad, y para orientar la demanda hacia los modos más eficientes de transporte, significaría una sensible reducción del consumo de energía, de la contaminación atmosférica y del ruido, menor ocupación de espacio, reducción del tiempo empleado en desplazarse, menor número de accidentes, inversiones más reducidas en la infraestructura viaria y una mejora general de la habitabilidad de las ciudades.

La eficiencia energética es la obtención de los mismos bienes y servicios energéticos, pero con mucha menos energía, con la misma o mayor calidad de vida, con menos contaminación, a un precio inferior al actual, alargando la vida de los recursos y con menos conflictos. Al requerirse menos inversiones en nuevas centrales y en aumento de la oferta, la eficiencia ayuda a reducir la deuda externa, el déficit público, los tipos de interés y el déficit comercial. La eficiencia energética debería incrementarse en un 2,5% anual. Las tecnologías eficientes, desde ventanas aislantes o lámparas fluorescentes compactas a vehículos capaces de recorrer 100 kilómetros con tres o menos litros de gasolina, o la cogeneración, permiten ya hoy proporcionar los mismos servicios con la mitad del consumo energético, a un coste menor. La cogeneración (producción simultánea de calor y electricidad), la mejora de los procesos y de los productos, el reciclaje y la reorientación de la producción hacia productos menos intensivos en energía, con mayor valor añadido, menos contaminantes, generadores de empleo y socialmente útiles, deben ser desarrollados. Las tecnologías hoy ya disponibles permitirán a la industria ahorrar entre el 10% y el 27% de su consumo actual de energía, según sectores, con una media del 16%. Los ahorros posibles en los usos domésticos y en los servicios podrían reducir a la mitad los consumos, con medidas como el aislamiento térmico, electrodomésticos más eficientes y las lámparas fluorescentes compactas.

Para aumentar la eficiencia es necesario que los precios energéticos reflejen todos sus costes, lo que no sucede en la actualidad. La reforma ecológica de la fiscalidad es uno de los instrumentos económicos clave para avanza hacia la sostenibilidad y frenar el cambio climático. La implantación de ecotasas, cuya recaudación se destine a mejorar la eficiencia y el empleo de energías renovables, es una necesidad acuciante, pero las ecotasas son sólo un primer paso de lo que debería ser una ambiciosa reforma ecológica de la fiscalidad, finalista o recaudatoria. La imposición de un etiquetado energético obligatorio de los aparatos eléctricos, y la reforma de las normas de edificación para mejorar el aislamiento térmico, pueden reducir el consuno de energía en el sector residencial. Se deben promover los programas de Gestión de la Demanda, encaminados a aumentar la eficiencia y a prestar los mismos servicios con un consumo menor, más negavatios y menos megavatios. La Planificación Integrada de Recursos, o Planificación al Menor Coste, tiene como fin evitar el crecimiento del consumo energético al tiempo que se satisfacen los servicios que precisa la sociedad, y se debe implantar de forma real, especialmente en el sector eléctrico.

Las energías renovables podrían solucionar muchos de los problemas ambientales, como el cambio climático, los residuos radiactivos, las lluvias ácidas y la contaminación atmosférica. Las energías renovables podrían cubrir algo más de un tercio del consumo de electricidad en pocos años, y a largo plazo permitirán reducir las emisiones de dióxido de carbono, avanzando hacia un modelo energético “descarbonizado”.

La producción de hidrógeno es un proceso aún inmaduro tecnológicamente y cuya viabilidad económica es necesario demostrar, lo que requerirá enormes inversiones en investigación; cuando se logre producir hidrógeno comercialmente, a precios competitivos, y a partir de dos factores tan abundantes como son el agua y la energía solar, los problemas energéticos y ambientales quedarían resueltos, pues el hidrógeno, a diferencia de otros combustibles, no es contaminante. En cualquier caso una economía basada en el hidrógeno como combustible secundario es un objetivo aún muy lejano e incierto. El hidrógeno servirá para almacenar la energía solar y eólica cuando no haya sol o no sople el viento, y alimentará a las pilas de combustible hoy en desarrollo, y que en un futuro no muy lejano puede llegar a ser una importante fuente de producción descentralizada de electricidad a pequeña escala, sin apenas impactos ambientales. Las pilas de combustible también sustituirán a los motores de combustión interna de los automóviles.

Referencias en Internet

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http://www.ipcc-nggip.iges.or.jp/

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http://www.gamesa.es

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http://www.nodo50.org/worldwatch/

http://www.acciona-energia.com/



José Santamarta Flórez es director de World Watch

www.nodo50.org/worldwatch